En el siglo XIV, el terror que se apoderó de los griegos, a causa de las invasiones de los turcos, los hizo huir hasta Constantinopla. Algunos de los que buscaron asilo en Italia, llevaban consigo los manuscritos clásicos antiguos que se difundieron entre los estudiosos de Italia, hecho que contribuyó de manera notable a fomentar el estudio del griego y el latín. Italia fue el centro del humanismo; entre sus principales características encontramos la búsqueda de manuscritos latinos y griegos antiguos. Los humanistas estudiaban tales manuscritos a fin de poder comprenderlos e imitarlos en cuanto a su forma y contenido. Las grandes bibliotecas adquirieron sus textos con esa finalidad. Por entonces también se fundaron las primeras universidades que, por supuesto, necesitaban de bibliotecas. En la Edad Media los libros eran objetos muy caros y sólo unos pocos ricos podían adquirirlos. Pero en 1350, el papel como lo conocemos actualmente, reemplazó al pergamino y, un siglo después (1450) Juan Gutemberg inventaría la imprenta, con lo cual el libro se convertiría en un objeto masivo y gracias a lo cual el progreso tuvo un importante movimiento cultural. Este importante hecho propició la forrnación del hábito de leer entre el gran público. Dicha época es, sin duda, la más importante de la historia de la biblioteca.
En 1471, la Biblioteca Vaticana, con apenas tres mil quinientos volúmenes, se consideraba la colección de libros más grande de toda Europa. Poco tiempo después y gracias a la imprenta, en ese mismo continente ya circulaban más de veinte millones de volúmenes, y un siglo más tarde la cifra ascendería a doscientos millones. A fines del siglo XV y durante el XVI, los centros culturales del Renacimiento fueron Venecia y Florencia; en dichos lugares se establecieron las bibliotecas de San Marcos y la Laurenciana, respectivamente.
La iglesia desempeñó el papel de gran maestra durante toda la Edad Media. Sin embargo, en el Renacimiento surgió una renovación literaria, científica y artística bajo el influjo de la cultura clásica, la cual fue rescatada del olvido en que se encontraba. Más tarde, la fundación de nuevas ciudades, los cambios económicos y sociales, la expansión del comercio y de la pequeña industria, el apogeo de las instituciones municipales y el establecimiento de algunas bibliotecas privadas, favorecieron el desarrollo del arte, la literatura, la educación, las ciencias y demás actividades del pensamiento.
La decadencia de las bibliotecas monásticas favoreció el establecimiento de las grandes bibliotecas reales, en Francia, Italia, España y Alernania. Los reyes mostraron gran interés por elevar el nivel cultural, aumentando el caudal de conocimientos del pueblo mediante la fundación de bibliotecas y el incremento de sus acervos. Fue entonces cuando se estableció el “derecho de autor” y el llamado “depósito legal”. Un antecedente de estas bibliotecas reales fue la del Palacio de Aquisgrán, de Carlomagno, que funcionó del año 766 al 814 d.C. De la austeridad de los monasterios, en donde los libros se encontraban encajonados dentro de armarios empotrados en la pared, de sus salas de copistas y de sus grandes salones de lectura, se pasó a la suntuosa decoración y a las pinturas murales de las bibliotecas reales, las cuales tenían una función didáctica semejante a la de los métodos audiovisuales de la actualidad.
Estas bibliotecas estaban dentro de los palacios. Su decoración consistía en murales alegóricos a la ciencia, el arte, la mitología, la religión. Dicho decorado tenía como fin crear un ambiente que elevara el espíritu, proporcionara paz y tranquilidad, y propiciara el estudio y la actividad intelectual. Estos murales desempeñaban la misma función que los vitrales de las grandes catedrales góticas: la enseñanza por medio de la imagen y el color. Puede decirse que éste fue el origen del aprendizaje mediante la imagen visual, y de la tendencia a crear para el lector un ambiente tranquilo y agradable.
Las bibliotecas tuvieron grandes protectores y patrocinadores cuyos nombres son bien conocidos en la historia, como: Sir Thomas Bodely, fundador de la Biblioteca Bodeleana de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. En Francia, el cardenal Mazarino, fundador de la biblioteca que llevó su nombre, famosa por la riqueza de su acervo y por los personajes que la frecuentaron; su bibliotecario, Gabriel Naudé, quien la abría al público dos veces por semana, se hizo famoso por su tratado Avis pour dresser une bibliotheque (Instrucciones para organizar una biblioteca). En Italia, el cardenal Federico Borromini fundó la célebre, Biblioteca Ambrosiana de Milán, que puede decirse fue la primera biblioteca pública que existió en Europa con todas las características de una biblioteca pública actual.
Otros bibliotecarios famosos también de esta época fueron Leibniz, bibliotecario del Duque de Brunswick, en Sajonia, y Claudio Clément, bibliotecario de Felipe II de España.